sábado, 10 de octubre de 2009

NOSOTROS VS EL GAUCHO: UN GRITO AHOGADO


CURSIVA: NOSOTROS NEGRITA: EL GAUCHO

Existen guerras eternas con prolongadas pausas, periodos de paz que hacen olvidar los enconos legados por las generaciones de atrás. Nosotros y el Gaucho tenemos un historial hostil desde que en 1969 les impedimos un periplo exclusivo por México, vengándose con referidas traiciones de por medio en 1978 en su propio terruño cuando entregamos las mejillas para seis fuertes manotazos suyos. Algunos episodios más tenemos en el archivo que nos hacen fruncir el ceño. Hoy esas piernas nuevamente se vieron enfrentadas en el marco nebuloso de las malas intenciones. En la presente quisimos privarlo de una cita que pactó desde que cayera en Alemania hace 3 años ya. Dos nuevos capítulos que consuman otro yaraví en mi pesar.

I.

Sin previas que importen, nos plantamos en plaza de Núnez dispuestos a pecar contra un pueblo angustiado. Zalameros, entregamos el redondo al Gaucho, fiero pero atolondrado, que con desorden veía difuminarse la esperanza con la que empezó a batallar. Su horizonte se nublaba como el cielo que los cubriría después.

Sólo en la zona nuestra acaecían las grescas, cerca de un Butrón listo a impedir que cualquier ataque sobrepase sus fronteras, impertérrito detrás de diez atrincherados ligeros de pies. Cada zarpazo de los enviados benditos de D10S les hacían nada.

Nuestro frente levantó murallas en dos flancos, que en la parte primera no pudieron ser quebradas a pesar de las embestidas varias que cayeran sobre sus cimientos. La bullanga que sonaba desde las gradas que circundaron el duelo se esfumó en el aire sin eco en los veintidós de abajo. René Ortubé, el cuerpo de la ley, todavía probo, pitó para el descanso sin novedades en el frente.

II.

El drama, engreído como siempre, hizo esperar su aliento hasta los últimos pasajes, no sin antes que un hasta ahora ignorado por los mandos gauchos, conocido como Pipita, hiciera una raya al gato instándolo a que se vuelva tigre. Después de su daño, el Gaucho, timorato se acomodó en su cueva por órdenes divinas, nos regaló el arma redonda retándonos a fregarlo. No nos volvimos tigre, pero al menos otorongo fuimos al frente.

Los testigos fuimos obnubilando nuestra visión en el mismo instante en que la densidad cargaba el campín con neblina y agua que caía como sollozo de un Dios verdadero que, como dicen muchos, es peruano. La batalla fue volviéndose invisible para los lejanos, quienes reforzábamos nuestra impotencia con burdos versos tirados al aire. La neblina hizo más íntimo el careo de los dos viejos antagonistas, sólo oíamos la fricción de sus piernas y la voz del cantor de turno de la tele, anhelando un desenlace distinto a la situación adversa en que nos puso Pipita.

Valientes más que lúcidos ocupamos terreno gaucho con un último jadeo de entrega, estaba reservada para Nosotros una lucecita en la neblina que destelló con un grito glorioso que impulsó a retumbar los tímpanos de los silenciosos indiferentes. Pudimos también hacerles una raya, dejando escaso margen para una respuesta hiriente. Pero como desdichados rebeldes, queremos ir contra algunos dogmas adversos que siempre te restriegan su condición irrefutable. Debíamos aprender con un último cocacho esa lección.

Qué poco duramos arriba, la gravedad hizo valer su ley y nos apagó en nombre de Martín, héroe gaucho definitivo, vitoreado cual gladiador asesino en el Monumental Coliseo de Núñez. Ahogó mi grito de guerra, ahondó mi pena y regó mis lágrimas.

Ortubé maldito, cuya justicia nos dio la espalda, pitó por último vez, profesando su fe al dogma del poderío Gaucho.

Yaraví.

La historia muchas veces es ingrata con el hidalgo, quizás lo deja morir para que pruebe gloria póstuma, aunque ahora creo que la nada quedará de legado. Abrazo la derrota de nuevo, me he acostumbrado, como he aprendido a atesorar migajas dulces de tanto pan duro.

Una página gris más para el archivo.
Mis letras en imágenes:

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