domingo, 31 de enero de 2010

DON MELCHO, AMIGO O ENEMIGO (2009): 1ra película huancavelicana

¿Qué es la película?

Pregunto, ¿qué tan fácil es sentenciar a una película andina, ínfima en recursos de todo tipo, como ‘deficiente técnicamente’? ¿Aprobarla por su sola esforzada existencia es acaso más válido?
Diatribas academicistas o complacencias chauvinistas son los polos opuestos comunes que suelen juzgar a estas producciones polémicas por su clara distancia con la estética archiconocida y aceptada, cuestión aparte de las culturas que representan estos reclamos o defensas. En el estreno en Lima (en Centro Cultural CAFAE) de Don Melcho, amigo o enemigo estos dos frentes se entrecruzaron durante el conversatorio con su director, Arnaldo Soriano: apasionados comentarios se dejaron escuchar, empero negados de algunos elementos de juicio que les favorecería una mejor aprehensión de la experiencia.

Que Don Melcho, amigo o enemigo sea la primera película de ficción íntegramente huancavelicana explica el afán reivindicativo de su director por colar en la narración expresiones artísticas locales, entendiéndolas como decoraciones y develaciones oportunas de una cultura obviada por el centralismo que reniega Don Melcho, y Soriano, entrelíneas. El contexto ochentero coincide aun con la actual realidad del Ande, ignorado de beneficios trascendentes y de justa repartición de bienes por parte del Ejecutivo. Entonces, Don Melcho es el ajusticiador de una causa que todos quieren, pero que nadie proclama. Sólo habría que preguntar a un citadino cualquiera para confirmar que el despojo de ricos para su repartición popular es una pose de ovación entre campesinos.

Este híbrido ingenuo -con tufillo orgulloso propio de los serranos- de ficción con documental que es la película ofrece una demostración idiosincrática-política de un pueblo poco favorecido de resoluciones y decretos estatales al que añade una cosmovisión andina a favor del trabajador de la tierra como dueño de ésta y contrario a los latifundistas expropiados por el gobierno de Velasco; asimismo, otros “testimonios” hacen palmario: performances musicales en quechua, danzantes de tijeras y festividades populares como La Fiesta de la Cruces con piques de caballos y corridas de toros.

Soriano define su película como “sólo una representación parcial” de la cultura huancavelicana, como si fuera un compromiso de cualquier autor fidelizarse y recrear su propio contexto fidedignamente para conocimiento masivo. Es que estas añadiduras (musicales y folklóricas) se motivan como el aprovechamiento de una oportunidad única, dentro de la marginalidad político-social de los pueblos del interior del Perú, para hacer conocer su sociedad, costumbres y fiestas. Valdrá más, Don Melcho, amigo o enemigo como una fracción (en vídeo) de la región Huancavelica de los últimos años que como un biopic de un compadre andino que fue héroe y villano en su propia tierra.

A todo esto:

¿De qué va la película?

Cual Padrino andino, Don Melcho maneja las influencias político-judiciales de su pueblo, con lo que se vale para ser abigeo, asaltante y corruptor impune, extendiendo ese provecho al servicio de la población mayoritariamente pobre. Una personalidad ambigua cuyo poder cubre toda la región.

Las varias situaciones en las que actúa el personaje intentan abarcar los muchos aspectos en los que Don Melcho tuvo injerencia. Capítulos aislados que parecen incongruentes por su desorden narrativo, pero que irisan y complejizan el perfil de este hombre, hoy leyenda. El celo obvio de Soriano por solemnizar cada paso de su personaje, sean delictivos o solidarios, lo hacen cómplice y partidario de su causa. Es que Don Melcho es un personaje ambivalente, intrigante, impertérrito, casi indescifrable, arquetipo –aunque desaforado- del coraje serrano, mucho más interesante que el señor T de El acuarelista, que Enrique Aet de Una sombra al frente, que Santiago de Máncora y que Felipe y Sixto de Vidas paralelas. Empero muchos criterios del filme desaprueban el mínimo rigor.

Soriano consiguió a actores y a técnicos empíricos para su reparto y staff. Si el director contaba con algunos conceptos académicos, aprendidos en la Escuela Provincial de Cine y Televisión de Rosario, Argentina, donde estudió en los 90, estos serían mal ejecutados por los no-profesionales a su cargo, en desmedro de la ya apocada producción; válida excusa para algunos yerros ominosos. Muchos directores andinos declaran alejarse de cualquier influencia foránea, a diferencia del cine hecho en Lima que –según indican- “sigue estereotipos norteamericanos”, por lo que no refleja “nuestra realidad”. El huancavelicano Soriano no sería parte de este grupo de trasgresores sino un no aplicado alumno de la ‘escuela formal’.

Rezan los rumores que los motivos y circunstancias de la muerte de Don Melcho son inciertos: la película, antes del flashback de “2 años antes” del inicio, sugiere un ataque a pedradas sobre su caballo, pero en el desenlace es víctima de un ataque de adversarios terroristas. Entonces, ¿los terroristas armados con rifles utilizaron piedras y no balas para atacarlo antes de montarlo a caballo para su regreso? Nunca lo sabremos los espectadores. Lo mínimo requerido es coherencia en la narración y ese final –más incierto que el verdadero fin de esta personalidad rural- atenta contra esa elementalidad.

No obstante, Don Melcho, amigo o enemigo da cuerda para una amena discusión.

La película completa en Youtube, aquí la primera parte:

miércoles, 13 de enero de 2010

LIMEÑO SALADO: José Luis, de Jesús Aranda


Un taxista que lee el tarot y que comparte sentimientos con su prostituta preferida. Un amante del fútbol barrial, de un club que sólo conoce de derrotas si él está presente: “salado”, le dicen, primero los hinchas; luego, los mismos lo persiguen a matar por la misma razón, cual correctivo. Es que la Lima de hoy no sólo señala y acusa sino agrede, y José Luis está en la posición de los inofensivos, de los que siempre corren: menudito con el rostro de la timidez, parece devorado por la bulla, el smog y la gente de una capital que no se acomoda a un solo perfil.

Chicha tu madre multicolora la capital caótica, la hace lúdica en su desorden, en su concentración de males menores y mayores, empero siempre pintoresca. En Chicha tu madre no es Lima la horrible sino una Lima irisada por la convergencia de culturas, costumbres y poses huachafas, un menjunje de sabores varios: una Lima kitsch, a lo mejor, donde ser José Luis es ser parte, pero también víctima. No derrama lisura ni tampoco bellaquería, con su bigote erizo y cabello que poco cubre su frente hace sus días en una ciudad caprichosa -no castigadora como la Lima ochentera del Grupo Chaski- que, variopinta, lo lleva del sosiego de su taxi a la bizarría del amor en un prostíbulo con naturalidad, propio de lo arraigado, de lo acostumbrado.

¿Chicha tu madre sentencia a la trastornada capital donde su héroe se desplaza? Gianfranco Quattrini, su director, sólo la polvorea con tonos pasteles y la ironiza con situaciones burdas y exageradas, adentrando a José Luis en el juego de escamotear sus diferentes niveles y modalidades de trabas urbanas.

De limeños hay muchos tipos: el susodicho es cual perdedor simpático, el humilde trabajador recursivo, que enfrenta con suspiros resignados las peripecias de su cotidianeidad. Acaso Chicha tu madre sólo quiere sonreír del descalabro de un hombre de pocas variantes, asimismo de la condición adversaria que es estar inmerso en una Lima tragona de voluntades apocadas. José Luis entre colores, olores y ruidos de metrópoli sobrevive apenas, corriéndose.

viernes, 8 de enero de 2010

Pendejo Feeling: SAÚL FAUNDEZ, de Gianfranco Brero


Saúl Faundez es cual tío de escrúpulos acriollados que encontramos en los rincones varios de la Lima superpoblada, el que hace escuela de la calle y se aventaja de los carezonzos. Las groserías y chabacanerías se amalgaman con su ingenio y experiencia, haciéndolo uno más de los capitalinos que sobreviven sobrando, ventilando su jerga. Saúl Faundez no es duro, ni siquiera defensivo, es un señor que hace su trabajo de calle “con calle”, con las armas precisas para hacerlo preciso, un hombre que dicta carajos en sus cuentos de amor, que narra hazañas de prostíbulo con solemnidad; es un hombre hecho en las chicherías, en la turba de una ciudad donde la sangre le da color en vez de satanizarla. Que el amarillista El Clamor, vocero populoso en escrito, sea el que acoja sus artes de pendenciero señala a la Lima suburbana de este siglo como aposento de la informalidad legal, donde también formal es chuequear las leyes y la moral con permiso.

Cuando Saúl Faundez, degenerado a personaje por las rigurosidades de un guión sensacionalista y enmendador de éticas pervertidas, intenta ser dramático, las acciones se disfuerzan y la impostación de tragedia incomoda, desdibuja su naturalidad cuando reportea muertes y consuela viudas con el desparpajo de un oportunista ducho. Por eso la secuencia de la muerte de Nelson, con añadidura del lloriqueo de Faundez, su padre, es lo peor de la película, pues Lombardi -el director, con su poder-, juzga en la Tierra a ese pecador exponiéndolo tal cual como él lo hizo en sus crónicas policiales diarias a otras víctimas de la muerte. Lo que sigue, o el remanente, es el metraje sentenciador con moralina contra toda la diseminación de “tinta roja” de Faundez y Cía.
Lo más fidedigno a la realidad, que Tinta roja intenta recrear con amarillismo fílmico, son los limeñismos gestuales y verbales de este Faundez: barrial escritor, cronista sensible de hechos insensibles o viceversa, en veces. No tanto un personaje complejo, mas sí una persona de verdad en una película.

Con justicia se rescata de ese bonachón discurso redentor de una Lima literalmente grisácea, la imagen de ese viejo zorro que la hace auténtica, matizada, nunca grotesca: sólo propia de nuestros días.