miércoles, 21 de octubre de 2009

CU4TRO


Las películas episódicas peruanas iniciaron su historial con Cuentos Inmorales en el 78, a las que le siguieron próximamente Aventuras prohibidas en el 80 y Una raya más al tigre al año siguiente. Mucho tiempo ha pasado desde la última vez que se juntaron en el cine peruano esfuerzos con un mismo perfil temático, cortos filmados y unidos en pos de irisar la premisa argumental de la película con las perspectivas varias de sus autores, calificando la obra siempre de irregular en sus resultados expresivos como conjunto porque la realización individual de cada episodio estuvo cargo de un director diferente. Es que la heterogeneidad de los talentos en grupo siempre desnivela la fila.

No obstante, este modo de presentación no sólo se debe a emprendimientos artísticos sino principalmente a astucia comercial, atando las historias cortas pareciéndola una larga mediante un encadenamiento por conveniencia, con que una mayor repercusión mediática se garantiza, sin contar con el agregado de los nombres “rentables” que puedan figurar. La reciente Cu4tro es del caso convenido.

Frank Pérez-Garland, Christian Buckley, Bruno Ascenzo y Sergio Barrio expiden melancolía con disfuerzo, sus personajes extrañan un sentimiento que los ha dejado, un vacío de pena que motiva sus caras largas, sus conductas emo deprimentes, esas ganas de llorar por sus condiciones derrotadas. Por eso, es que la película es esencialmente penosa, porque quiere mirar la historia aciaga de nuestras vivencias, ese lado que tiene poca luz, “filmado” en los recovecos más oscuros, queriéndonos apenar a son de lamentos. Debido a eso, Cu4tro, intimista, apenas sale de interiores, ambientes con techos bajos, con mucha sombra en los ángulos. La música se reemplaza por silencios de sepulcros y voces revesadas de los actores conocidos, todos, que comparten escena y que esta vez están prohibidos sonreír.

Sus cuatro capítulos pueden compartir la clave de la fatalidad y el ausentismo de afecto, pero nada más los emparenta. Ese sólo carácter justifica su fusión.

Para una consecuente reflexión sobre esta película es conveniente referirse a cada una de sus partes como expresiones autónomas, como aciertos o yerros responsables de cada uno de los firmantes.

El primer episodio, en la calidez de un hogar silencioso con luces tenues, el personaje de Vanessa Saba divaga, se entristece y llora. A paso rastrero, con semblante de luto y cursilería de quinceañera, extraña a su amor que sólo se manifiesta ante el espectador mediante su voz grabada en el teléfono. Ya no está, no se sabe por qué, no importa. ¿Qué importa entonces? La mostración de su depresión progresiva en el marco de una cotidianidad sosa, enfatizado cuando se raya el disco de vinilo, y que ya no se sostiene sobria.

Frank Pérez-Garland posa cual artista sensitivo a las penas humanas con una secuencia adormecedora, deprimida, que pretende entrañar con la sumisión de Saba ante el dolor de la soledad sin siquiera suspender interés. Su personaje es una materia viva en un acelerada proceso de descomposición emocional. 4, nombre del episodio, sufre de una linealidad elemental que no hace favor a nadie.

Muy simpática e inteligente por su parte es 3, de Buckley, que con chispazos de humor negro y sátira a la impasibilidad de los servicios privados levanta el ánimo sin zafarse de sus pretextos fatales. La muerte de su padre conduce a dos hermanos a una funeraria donde confrontan sus antipatías y sus contradicciones delante de la aprovechada vendedora de gesto imperturbable.
Los parlamentos insustanciales e intencionalmente torpes entre Ascenzo y Katia Condos, como vendedora, disipan el cliché de la tensión entre enlutados y ajenos que no saben qué decirse. Asimismo las alteradas tratativas por tarifas y consejos son ridículas; por lo tanto, dotadas de un humor insolente que se ríe taimado de la desgracia.

Pero los buenos momentos se interrumpen con la incursión de Ascenzo en la dirección. 2 se acongoja por los impedimentos morales del amor entre niña y adulto. Ambos personajes, de Miguel Iza y de Gisela Ponce de León, son introspectivos, autoflageladores, inclusive acechadores tímidos entre ellos mismos. Un amor provocado por sus abandonos, por sus estados de soledad absoluta, por la pena de sentirse nadie. Personalidades compatibles por su patetismo y simples psicologías sensibleras.

Su remate es desencantado, aleccionador para mártires del amor dañoso, de actitud emo en cada detalle de su corta duración.

Bruno Ascenzo se lamenta la derrota del amor lastimoso, de circunstancias adeversas, que sufre de moralina social. Su juventud quizás influya en su perspectiva pueril del asunto.

Al final del rollo, Sergio Barrio perpetraría el episodio más pretencioso y con mayor potencial manipulador del grupo. 1 es de temática gay y no sólo en mención sino en la explicitud de los besos y caricias entre un Paul Vega prácticamente inmóvil, un servil Renzo Schuller y un Óscar López Arias como prostituto.

Los dos primeros son una pareja dada a las concesiones de la carne, al despojo del placer por la valoración de los sentimientos, por eso es que sus encuentros sexuales se dan con un tercero, quedando Vega de voyeur por su incapacidad de movimiento. Con la escena sexual, Barrio, bifurca el placer del afecto, cuya convención los indica como dicotomía. Empero después de su alegato viene su brochazo definitivo con sacrificios, ruegos y lágrimas. Barrio se embadurna los dedos de miel con el panal del guión, no aguantó la tentación de girar hacia la tragedia e impostar una oscura cosmovisión de los conflictos afectivos. Entonces, los besos y caricias quedan como pompas y las decisiones finales como trucaje de culebrón.

Más que Cu4tro es 4, 3, 2 y 1. Cada capítulo habla por sí mismo, dejando sus saldos independientemente sin comprometer nada de los otros. El tiempo dará parte si deja a uno de estos como referencia a futuro, como cuando se habla de Los Amigos, de Lombardi, a pesar que 31 años atrás se vio en gigante por primera vez Cuentos Inmorales del cual comprende. Ver para suponer.

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