Y levantamos las frentes en la Plaza de Armas, increíble la cantidad de gringos que sobresalen por sus robóticas cámaras fotográficas. Son sus lentes indiferentes a la imponente pileta de piedra y a la plomiza bandada de palomas que le es fiel. Los remilgados edificios que los circundan, todos con algún jefazo dentro durmiendo sobre papeles, reciben un poco más de sus atenciones, empero sin mucho entusiasmo. La sosedad se les nota en la inactividad de sus aparatos, parece que pocas bondades nuestras merecen sus flashes. Cierto que nuestro cielo no es bonito, pero lo que está abajo tampoco es feo.
Más allá y más acá, varios cachacos rodean la plaza con gesto solemne, sus bayonetas óxidas protegerán algo aparentemente invisible. No vemos más, aunque tenemos paciencia, los gringos también.
Pocos segundos pasados, por el pasaje de las pollerías, se siente una presencia que despierta la avidez de los fotógrafos en inglés. Un tumulto acholado de peregrinos a bullanga se acerca con marcha rítmica y un enorme yeso encapuchado sobre sus hombros parece motivarlos. Los extraños se despegan de las gradas de la catedral, ríen y se miran como si vieran un oasis móvil y alegórico en un extenso desierto. Han encontrado un grupo de peruanos disparejos, pero haciendo lo mismo, siendo lo mismo, demostrando una identidad pintoresca o huachafa, pero auténtica al fin. Las cámaras fulminan como nunca y sus comentarios ininteligibles se hacen constantes, la hedionda sucursal andina de New York que venían inhalando se ha disipado por fervor feligrés.
Los cachacos hacen firmes y sus bayonetas brillan como pensé que su óxido no lo permitía. Tenía razón, cuidaban lo invisible, la fe a la Virgen de los gringos, los cánticos pop-gregorianos y la identidad de conjunto que ventila ese gentío multicolor. Un pedazo de Perú manifiesto a la orden de un rezo, una posibilidad como las que pocas quedan que concentran los colorinches de nuestras pieles y las variedades de nuestros ritos. El Perú con un solo DNI, pero coloreado por el arco iris.
Estos fotógrafos pielesblancas valoran una identidad con la que estamos peleados desde siglos, esa que emanamos esporádicamente cuando la tradición gana el pulseo al orgullo infundioso. Una vez desmantelada la fiesta improvisada, siguen los eternos trámites de divorcio y regresan los señalamientos a los cholos cochinos, a los blancos hipócritas, a los zambos rateros, y a cualquier grupito que se precie de ser unido. Literalmente estamos hecho pedazos; no obstante, cerquita, un joven utópico nos reconcilia a colores desde su arte, justo en un recoveco de la misma plaza donde mis amigos y los gringos que ya no toman fotos estábamos parados.
La parafernalia religiosa sirvió de preámbulo místico de la visita a los 18 postulados de Luis Espinoza sobre la unificación del ciudadano y su entorno variopinto en la galería Pancho Fierro. 18 obras ordenadas por antojo de “Beto”, según su propósito, uno muy comprometido con su contexto e idiosincrasia de sus vecinos que titula “Miradas en transición”.
Etnografía urbana (130cm x 170cm) nos da la cara y bienvenida a la espaciosa galería que minimalista presenta muros blancos y música raya discos como fondo. Es un cuadro que sintetiza bien la intención de sus hermanos, pero el que mucho abarca poco aprieta, dicen.
Por eso me dirijo a buscar algo más sugestivo como la grandota Tensiones (150 x 170cm), que en la multitud de rostros difusos y miradas perdidas parece dedicarle sus motivos a la pesadez y abulia en distintos gestos de hombres que sienten lo mismo.
Por suerte las emociones siguen en progreso cuando cruzo mirada con la estridencia de ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? (130 x170cm). Título existencialista pertinente a los rostros dubitativos que conforman el lienzo. El horizonte parece no estar trazado, por eso los anónimos dirigen su mirada floja hacia cualquier ángulo.
Aún quedan muchas esparcidas por las paredes pulcras del recinto, veo tantas y elijo a dedo las que proliferan rostros y conjunto de gentes que cada una dice otra cosa queriendo decir lo mismo. Y en ese cometido, el motor de la exposición, “Beto” logra su máxima con Imagen curtida (130 x 170cm), en la que no hay vacíos, pues aprovecha los límites del cuadro llenándolo de nuevas expresiones, todas diversas y dirigidas hacia un sendero en diagonal que es un camino azaroso.
La última importante de las varias estampadas a lo largo y ancho del cuarto es Ciudad absorta (100 x130cm). El miedo exorbita y cierra los ojos de los estupefactos de la imagen. Este mismo miedo provoca una separación entre los cuerpos que ninguna otra expuesta presenta. En esta, Espinoza no se circunscribe a lo gestual sino también a lo espacial. Mi preferida de las varias parecidas.
El remanente es un conjunto de expresiones menores que refuerzan los conceptos del novel artista. Impostaciones de pluralidad social como Abancay 291 (120 x140cm), que agrupa a guapa-alto-gorda-chibolo en una esquina, la barrocamente chichera Canción florida (150 x170cm) y Lo singular de lo cotidiano (102 x 145cm), indican su poca sincronización con temas populosos, aunque su tratamiento cromático con colores pasteles demuestra alguna injerencia en el tema.
El lounge que suena y bien nos remite a su fuente visible, el vídeo proyectado en un plasma solitario, donde vemos a “Beto” feliz con la fotografía y los pinceles en la urdimbre del motivo de esta crónica. “Miradas en transición” efectúa su feedback inmediato cuando sentimos el frío de la calle.
Los rostros y expresiones varias, irreconocibles por el efecto píxel -principal recurso de Espinoza para explicitar nuestra incapacidad de reconocer una identidad conjunta y mixta entre los ciudadanos-, son anónimas y efímeras mas no su intención reflexiva. Todos somos parte de un cuadro de variadas características, y en esa variedad radica nuestra similitud. Los gringos al tomar sus fotos alegremente lo saben, pues exentos de prejuicios criollos entienden nuestra imagen heterogénea cual barra inmensa de escala de grises propensa siempre a ampliarse ¿Por qué es tan difícil para nosotros caer en cuenta de lo que somos? En inglés preguntemos al rubio aquel que no cansa de cegarnos con su flash.
Un vistazo amarillento de lo hablado:
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