sábado, 14 de noviembre de 2009

ESCENA PREFERIDA DEL CINE PERUANO: EL INICIO DE LA TETA ASUSTADA

Un canto de querella se abate en el oscuro granulado de la pantalla. La voz de una anciana quebrada por los años y los maltratos, antes de apagarse, deja su dolor por testamento a su hija, quien lo acoge también cantando en un quechua desafinado pero piadoso. Esa transferencia del miedo se da cual herencia única entre madre e hija, marcando el punto de partida del enfrentamiento con la realidad de esta última, Fausta, que cargará con su varada difunta como símbolo de su susto legado.

Siguiente al cántico, Fausta, frágil y sola, de espaldas a la gran ventana del cuarto, es apocada por las casas y cerros que se expanden en el cuadro. Una Lima agreste se ubica como contexto, que a su vez es el puente exacto entre las dos realidades en las que Llosa interactúa y de las que coge elementos, lo rural y lo urbano. Manchay es la localidad donde estas dos culturas confluyen y donde La Teta Asustada desarrolla sus motivos.

En esa escena de tan sólo dos tomas, de opuestas perspectivas, la directora condensa en una habitación el par de frentes demográficos que maneja, señalando las condiciones íntimas del conflicto -de naturaleza serrana- con la agonía de la madre, como también las dificultades externas del mismo en un ambiente adverso -como la bravura de las afueras de la ciudad- con el contraste entre el timorato gesto de Fausta y las irregularidades de la geografía donde se ubica. Es un prólogo diáfano, filmado con pulso veterano y sensibilidad manipuladora que da miedo, pero complace por efectivo.

Las virtudes formales de esta secuencia denotan técnica de síntesis visual, brindando una entrada sugerente a la historia en pocos empalmes, sin embargo su principal encanto refiere a la lírica quechua de los segundos primeros, cuando en negro la pantalla dedica al oído su canto. Desde esas primeras melodías Claudia Llosa pretende "arte", alguno elegíaco que proyecta enigmas desde la parafernalia andina, que nos condolece con el arrugado rostro de una anciana indígena que declama falleciente un ultraje pasado, empero después aquel "arte" se comporta, con la interculturalidad entre las costumbres serranas y las capitalinas adoptadas, burlescamente.

En La Teta Asustada hay clave lastimera en el personaje principal, Fausta, y en sus acciones dramáticas, pero dentro se entreteje una visión peculiar del mestizaje cultural peruano, kitsch e impersonal. No obstante, la inicial, una de las mejores primeras escenas oídas y vistas del cine de Perú.

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