lunes, 16 de noviembre de 2009

ESCENA LAMENTABLE DEL CINE PERUANO: EL JUICIO EN VIDAS PARALELAS

Llegando al final del aburridísimo panfleto cinematográfico que es la película castrense Vidas paralelas, se encuentra la escena que condensa toda su fiebre: la del juicio, donde, solemne, Felipe (o el Ejército peruano) hace su defensa de las acusaciones de abusos que no cometiera en la guerra civil. Todo el ente militar se encarna en este personaje literalmente ficticio para frasear sus contestaciones a las denuncias de violencia en la sierra en el plano real por parte de comisiones de la verdad y testimonios de las víctimas. Los resultados son lamentables en todas sus pretensiones.

Pocas maneras menos sutiles existen de hacer el ridículo en edad adulta como reclamar vítores en medios masivos por trabajar mal, asimismo de indignar por lavarse los culpables las manos sobre los escombros civiles de la guerra. Los militares acuden al cine para sanear su imagen ante la opinión pública, pero con la misma tosquedad (de conducta y de estética) como se han comportado ante la ciudadanía.

La escena en cuestión peca de manipulación flagrante, además de poco estilizada, sobre todo las actuaciones de los involucrados, quienes parecen declamar sus parlamentos con gestos fríos no por seriedad sino por inexpresividad. Todas sus piezas están calculadas para proceder en función del alegato del milico incriminado que es el personaje del buen actor Óscar López Arias, el susodicho Felipe, auxiliado y refutado por las intervenciones del abogado, fiscal y testigos en un armonioso sketch de politiquería.

Esta solicitud de gratitud pública para con los armados también nos denuncia de desmemoriados por castigar a los héroes anti-subversivos con el olvido, además que señala de infundios las conclusiones de la CVR sobre la irregular participación militar en el conflicto. Toma por toma, Vidas paralelas construye este discurso, rematándolo con la explicitud de la palabra con tono sensiblero.

Las opiniones están divididas con respecto a su valoración, quienes la aprueban rescatan las explosiones (y explotaciones) y sus culebrones, no advirtiendo el motivo redentor y propagandístico del metraje, que por su esquematización “de acción” -elemental y cliché- disgusta por encima de su maniqueísmo conceptual. Es que Vidas paralelas falla tanto en sus recursos de género como en el planteamiento audiovisual de su ideología.

Rocío Lladó, la directora, es tan culpable como víctima de este fiasco. Y el Ejército peruano es ahora tan filisteo como ramplón.

Un detrás de cámaras de esta lamentable escena.


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