viernes, 5 de febrero de 2010

2, de Eduardo Quispe


La cámara movediza, trémula, se introduce en la acción casual, graba espacios, detalles de rostros, ambientes bulliciosos que zumban el oído, exteriores de día, de noche, con luces de neón que difuminan la imagen, cuartos sombríos y pequeños, cuartos amplios y luminosos, pero todo con el orden del desorden intencional. Empero, ¿a dónde nos lleva esta (des)ordenación? A decir del propio Eduardo Quispe “a hacer las películas que quisiera ver”, dejando entender en su seguido discurso su admiración por La celebración, Los idiotas y los conceptos del Dogma 95 danés. Los mínimos presupuestos que maneja inclinan su predilección a ese movimiento noventero, que prescindió de artificios técnicos “contaminantes” (como luces, trípodes, efectos especiales, etc.), convenciones de géneros y acciones superficiales: un cine “puro”.

[Las sensibilidades se condicionan por las circunstancias (no sólo las sociales sino también las económicas): es acomodación. Por ende, Quispe nunca pensaría un Avatar ni Cameron un 2. La plata sí decide].

Por nuestra parte anotamos que 2 es disforzada en su trasgresión, sabe más qué no quiere ser que lo que quiere ser. Se le ha prestado mucha mayor atención a la forma que al fondo y eso se nota en lo poco interesante de la premisa de dos solos a quienes se les encuadra de varios ángulos como examinándolos en sus estados de ánimo o en cada circunstancia que les toque frente a la cámara, apelando a una naturalidad manipulada, que en vez de solaparse, resalta por la intrascendencia de la acción. Se posa en la nada, lo que resulta contraproducente.

El anunciado encuentro de los chicos queda en manifiesto desde que se hace el paralelismo de sus cotidianeidades, cual filme romántico-melancólico o video musical de balada, pero en clave austera, desprovisto de encanto, principalmente porque los protagonistas no permiten complicidad, pues nunca se les define ni se les sensibiliza, cuales penantes, sólo andan. La secuencia del teléfono, donde comparten por primera vez locación y hacen explícito sus estados solitarios no basta aunque es la mejor lograda.

No exageremos que estamos ante una experiencia sensorial incomprendida, la alternancia de la ciudad con las secuencias grupales valen como juego técnico, contextualiza a Lima a la vez que se distrae en el reposo de los varios sitios fotografiados, poetiza sobre el amor con analogías de palomas, gatos y gallinazos que pasan desapercibidas, pues se funden en los muchos recovecos grabados. ¿Qué se pretende con tantos chispazos urbanos? ¿Darle protagonismo al espacio? Más va por lo dicho al inicio del párrafo.

Quitémosle los malabares de la cámara, descascarémosla y pensemos en lo que queda: dos chicos que en propias divagaciones coinciden sus soledades, hablan lo que tienen en las puntas de sus lenguas: una conversación aburrida, no justificada por la improvisación de parlamentos. Que su modus operandi sea la espontaneidad delante la cámara nos los exculpa de la responsabilidad de construir un parlamento ameno como cierre de su obra. Queda la impresión de haberse dado mucha preponderancia al instinto, al tino animoso de las ideas que fluyen y que la cámara ejecuta con contenida hiperactividad.

Por otro, la fidelización a lo cotidiano, a la que Quispe corresponde, es un arma con peligroso doble filo que requiere consecuencia de su función para no cortarse en el intento de asirla. Es sólo un estilo de representación del tempo, no una doctrina de filmación que condiciona las acciones. Él y Ella no hacen nada, sólo esperar hasta que Quispe los haga conversar.

La película tiene más por mostrar que por decir, lo que termina siendo un negativa a la funcionalidad de un comunicador. Ya sea el cine rico o pobre siempre debe decir más de lo que aparenta.

Lo más atendible de 2 es su sistema de producción, una manera que puede marcar una pauta en el quehacer cinematográfico del futuro, que permite libertad absoluta a los artesanos. Se sacrifica el ritual de filmar en 35mm en pos de dar paso a la proliferación de títulos en un formato infinitamente más barato y que demanda diferente encodificación que la fotografía fílmica; sedimentarla es la tarea presente para consolidar su presencia. Con esta modalidad, los cineastas no dependerán de la voluntad de un jurado para hacerse de un dinero venido de premios muy competitivos, ni habrá manos detrás (productores) que tijereteen o hagan sugerencias molestas. Con los S/.80 que costó 2, Eduardo Quispe demuestra que para ‘hacer’ sólo falta voluntad de acción. Lo que sí logra 2 es contagiar ese ímpetu para seguirle el turno de grabación.

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