domingo, 4 de abril de 2010

Let's the Right One Me (2008), de Tomas Alfredson


Vampirismo romántico; otro opus. Enterrado bajo tierra del olvido queda la lamentable Crepúsculo. Patéticamente snob, emo por natura, trasgredió la endogamia entre humanos y vampiros con parafernalia rosa. Compiló los estereotipos cursis existentes y los untó de mermelada alérgica al buen gusto.

Al otro lado del océano, al norte, en Escandinavia, las criaturas de la noche no posan chic: le hacen ascos a la moda, a la gomina y a las lágrimas. Cazan sin discreción, desmiembran cuerpos. Infantes, parecen perversos, pero son también víctimas de su condición, quitan vida por necesidad de mantener la propia, estirando sus alientos a costa de cuellos débiles.

En ese norte de invierno gélido, la nieve enfría la pantalla para que la sangre la entibie y haga cálida. Por eso, la masacre final tiene sabor dulce de revancha. El carmesí vengador matiza la asepsia vil de los lugares fríos, no los enturbia. Se colorea entonces de rojo sangre la vida y de blanco nieve la muerte. Los vampiros han reivindicado el romanticismo.

Por otro, Déjame entrar hace de los críos inmaculados salvajes.

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