viernes, 8 de enero de 2010

Pendejo Feeling: SAÚL FAUNDEZ, de Gianfranco Brero


Saúl Faundez es cual tío de escrúpulos acriollados que encontramos en los rincones varios de la Lima superpoblada, el que hace escuela de la calle y se aventaja de los carezonzos. Las groserías y chabacanerías se amalgaman con su ingenio y experiencia, haciéndolo uno más de los capitalinos que sobreviven sobrando, ventilando su jerga. Saúl Faundez no es duro, ni siquiera defensivo, es un señor que hace su trabajo de calle “con calle”, con las armas precisas para hacerlo preciso, un hombre que dicta carajos en sus cuentos de amor, que narra hazañas de prostíbulo con solemnidad; es un hombre hecho en las chicherías, en la turba de una ciudad donde la sangre le da color en vez de satanizarla. Que el amarillista El Clamor, vocero populoso en escrito, sea el que acoja sus artes de pendenciero señala a la Lima suburbana de este siglo como aposento de la informalidad legal, donde también formal es chuequear las leyes y la moral con permiso.

Cuando Saúl Faundez, degenerado a personaje por las rigurosidades de un guión sensacionalista y enmendador de éticas pervertidas, intenta ser dramático, las acciones se disfuerzan y la impostación de tragedia incomoda, desdibuja su naturalidad cuando reportea muertes y consuela viudas con el desparpajo de un oportunista ducho. Por eso la secuencia de la muerte de Nelson, con añadidura del lloriqueo de Faundez, su padre, es lo peor de la película, pues Lombardi -el director, con su poder-, juzga en la Tierra a ese pecador exponiéndolo tal cual como él lo hizo en sus crónicas policiales diarias a otras víctimas de la muerte. Lo que sigue, o el remanente, es el metraje sentenciador con moralina contra toda la diseminación de “tinta roja” de Faundez y Cía.
Lo más fidedigno a la realidad, que Tinta roja intenta recrear con amarillismo fílmico, son los limeñismos gestuales y verbales de este Faundez: barrial escritor, cronista sensible de hechos insensibles o viceversa, en veces. No tanto un personaje complejo, mas sí una persona de verdad en una película.

Con justicia se rescata de ese bonachón discurso redentor de una Lima literalmente grisácea, la imagen de ese viejo zorro que la hace auténtica, matizada, nunca grotesca: sólo propia de nuestros días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario