miércoles, 13 de enero de 2010

LIMEÑO SALADO: José Luis, de Jesús Aranda


Un taxista que lee el tarot y que comparte sentimientos con su prostituta preferida. Un amante del fútbol barrial, de un club que sólo conoce de derrotas si él está presente: “salado”, le dicen, primero los hinchas; luego, los mismos lo persiguen a matar por la misma razón, cual correctivo. Es que la Lima de hoy no sólo señala y acusa sino agrede, y José Luis está en la posición de los inofensivos, de los que siempre corren: menudito con el rostro de la timidez, parece devorado por la bulla, el smog y la gente de una capital que no se acomoda a un solo perfil.

Chicha tu madre multicolora la capital caótica, la hace lúdica en su desorden, en su concentración de males menores y mayores, empero siempre pintoresca. En Chicha tu madre no es Lima la horrible sino una Lima irisada por la convergencia de culturas, costumbres y poses huachafas, un menjunje de sabores varios: una Lima kitsch, a lo mejor, donde ser José Luis es ser parte, pero también víctima. No derrama lisura ni tampoco bellaquería, con su bigote erizo y cabello que poco cubre su frente hace sus días en una ciudad caprichosa -no castigadora como la Lima ochentera del Grupo Chaski- que, variopinta, lo lleva del sosiego de su taxi a la bizarría del amor en un prostíbulo con naturalidad, propio de lo arraigado, de lo acostumbrado.

¿Chicha tu madre sentencia a la trastornada capital donde su héroe se desplaza? Gianfranco Quattrini, su director, sólo la polvorea con tonos pasteles y la ironiza con situaciones burdas y exageradas, adentrando a José Luis en el juego de escamotear sus diferentes niveles y modalidades de trabas urbanas.

De limeños hay muchos tipos: el susodicho es cual perdedor simpático, el humilde trabajador recursivo, que enfrenta con suspiros resignados las peripecias de su cotidianeidad. Acaso Chicha tu madre sólo quiere sonreír del descalabro de un hombre de pocas variantes, asimismo de la condición adversaria que es estar inmerso en una Lima tragona de voluntades apocadas. José Luis entre colores, olores y ruidos de metrópoli sobrevive apenas, corriéndose.

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