A propósito de 1 y 2
3 es la mejor película de Eduardo Quispe. Sus anteriores 1 y 2 tropiezan ambas con sus pretensiones naturalistas, no calificando para tal etiqueta porque emanan disfuerzo. Posan ser trasgresoras no respetando academicismos ni convenciones con una conducta rebelde más que reflexiva. Sus resultados dejan la sensación de estar frente a travesuras audiovisuales en vez de exploraciones artísticas: la cámara se distrae en piruetas sobre los personajes, que parecen estampitas depresivas y no humanas como se pretende. En 1 y 2 la forma le gana al fondo, Eduardo Quispe piensa más en “cómo decir” que en “qué decir”. En esas dos primeras películas, hace pesar más su deseo de alejarse de las convenciones que la aplicación convencida de un estilo propio, lo cual parece estar puliendo con 3, que codirige junto a Jim Marcelo. Hasta entonces lo suyo fue retórica, su discurso no tenía congruencia con sus imágenes, sin embargo, aunque fallidamente, ya había perfilado su visión del cine. Recién con 3 la pudo sustentar.
Apuntemos que el principal yerro de ejecución de sus dos primeros largos fue la manipulación de la realidad, que él quiere pura, para ensamblarla en relatos de vagabundeo y tedio. El intento insatisface, comprobando que Quispe no es un narrador. 3 lo reafirma, porque es una buena película no-narrativa.
Tres
Las imágenes fugaces de una Lima lúgubre y ruidosa se funden con las circunstancias aparentemente calmas que suceden en un parque. No se hace contraste entre la ciudad y el parque porque se les considera un solo ambiente, asimismo no se contrasta a las personas con los elementos que las rodean. Todo forma parte de una sola realidad, donde no hay protagonistas, por eso, la cámara se posa irregular en los rostros que hablan, en los árboles que los acompañan y en los espacios verdes que los acogen, por ratos la imagen se desenfoca y su sonido se distorsiona: la cámara intenta emular nuestros sentidos.
A su paso, esa cámara captura sensaciones, declaraciones, luces de faroles, ruidos de taxis y soplo de viento, ninguno más importante que el otro. Ante esa escena ‘natural’, la influencia de los directores se reduce a la de facilitadores de los figurantes, quienes se guían sólo de sus emociones. Quispe y Marcelo en pleno rodaje, a lo mucho, marcan la pauta del concepto mas no de la acción dramática.
La poca, aunque precisa, intervención de los directores en el desenvolvimiento de los sucesos es notoria. Prácticamente, 3 no está dirigida sino, más bien, aplicada desde un planteamiento. Los directores dejan que sucedan cosas, que se exterioricen comportamientos, están ahí para su recolección, cuales cazadores de 'momentos únicos'.
Lo circunstancial resulta ser enriquecedor y determinante en 3, más aun si contamos con que está grabada en un solo plano. Desde esa intención comprendemos que cualquier imponderable está previsto, aunque suene contradictorio. El tándem, al planear la película en un solo shot, queda a la espera de sorpresas en el intervalo para (a)cogerlas en su metraje. Es como estar preparados para la suerte.
Bien concebidas las escenas de conversaciones, naturales y espontáneas, sin embargo, aún están en deuda en las que no utilizan diálogos. En esas se nos exige atención en detalles de largas escenas silenciosas, en las cuales se quiere comunicar sensaciones corporal y psicológicamente, empero no demandan de tanta parsimonia para ser efectivas. La mirada se pierde, rehúye al blanco, si se le exige acomodarse por mucho tiempo en un punto fijo muy general en pos de percibir sus detalles. Y es que los actos son más explícitos que las palabras, por lo que una secuencia de sólo gesticulaciones sería de mejor asimilación si fuera escueta y contundente en sus sugerencias. Sin duda, los momentos débiles de la película son los silentes, acaso por ser los más presumidos.
Apuntemos que el principal yerro de ejecución de sus dos primeros largos fue la manipulación de la realidad, que él quiere pura, para ensamblarla en relatos de vagabundeo y tedio. El intento insatisface, comprobando que Quispe no es un narrador. 3 lo reafirma, porque es una buena película no-narrativa.
Tres
Las imágenes fugaces de una Lima lúgubre y ruidosa se funden con las circunstancias aparentemente calmas que suceden en un parque. No se hace contraste entre la ciudad y el parque porque se les considera un solo ambiente, asimismo no se contrasta a las personas con los elementos que las rodean. Todo forma parte de una sola realidad, donde no hay protagonistas, por eso, la cámara se posa irregular en los rostros que hablan, en los árboles que los acompañan y en los espacios verdes que los acogen, por ratos la imagen se desenfoca y su sonido se distorsiona: la cámara intenta emular nuestros sentidos.
A su paso, esa cámara captura sensaciones, declaraciones, luces de faroles, ruidos de taxis y soplo de viento, ninguno más importante que el otro. Ante esa escena ‘natural’, la influencia de los directores se reduce a la de facilitadores de los figurantes, quienes se guían sólo de sus emociones. Quispe y Marcelo en pleno rodaje, a lo mucho, marcan la pauta del concepto mas no de la acción dramática.
La poca, aunque precisa, intervención de los directores en el desenvolvimiento de los sucesos es notoria. Prácticamente, 3 no está dirigida sino, más bien, aplicada desde un planteamiento. Los directores dejan que sucedan cosas, que se exterioricen comportamientos, están ahí para su recolección, cuales cazadores de 'momentos únicos'.
Lo circunstancial resulta ser enriquecedor y determinante en 3, más aun si contamos con que está grabada en un solo plano. Desde esa intención comprendemos que cualquier imponderable está previsto, aunque suene contradictorio. El tándem, al planear la película en un solo shot, queda a la espera de sorpresas en el intervalo para (a)cogerlas en su metraje. Es como estar preparados para la suerte.
Bien concebidas las escenas de conversaciones, naturales y espontáneas, sin embargo, aún están en deuda en las que no utilizan diálogos. En esas se nos exige atención en detalles de largas escenas silenciosas, en las cuales se quiere comunicar sensaciones corporal y psicológicamente, empero no demandan de tanta parsimonia para ser efectivas. La mirada se pierde, rehúye al blanco, si se le exige acomodarse por mucho tiempo en un punto fijo muy general en pos de percibir sus detalles. Y es que los actos son más explícitos que las palabras, por lo que una secuencia de sólo gesticulaciones sería de mejor asimilación si fuera escueta y contundente en sus sugerencias. Sin duda, los momentos débiles de la película son los silentes, acaso por ser los más presumidos.